Anécdotas y Recuerdos de la Vida de mi Padre,
Prof. Román Medina Rojas
por Bertha E. Medina de Boehm
(1) Primeros Recuerdos en Tiempo de la Revolución Mexicana, de 1908 a 1915
Nació en Milpa Alta D. F. el 28 de Febrero de 1908. Primer hijo de Gabino Medina, pastor y campesino, tenía 26 años cuando mi papá nació y Cecilia Rojas, dedicada al hogar, ella tenía entonces 21 años.
Seguramente nació en su casa como era la costumbre en aquel tiempo, ayudado por su abuela paterna que era partera y de la que sólo sé que se llamaba Isabel, además de partera era yerbera y curandera. Desafortunadamente, ignoro su apellido de soltera.
Sus recuerdos más lejanos ya están ligados con las tropas zapatistas, trendria 4 o 5 años y así como entre sueños se acordaba haber ido al mercado con su abuelita y se veía rodeado de señores frente a un bote que olía delicioso y del que una señora sacaba y repartía elotes, todos comían y él hizo lo mismo, de pronto la vendedora empezó a dar voces preguntando de quien era ese niño, inmediatamente apareció su abuelita que pagó el elote y le dió buena regañada. Todavía todo era pacífico en Milpa Alta, así que aunque esos señores de sombrero ancho estaban armados, no les tuvo miedo. Mucho más tarde se dió cuenta de que había estado saboreando elotes enmedio de un grupo de aguerridos Zapatistas.
Mi abuelo construyó él mismo su casita, exprofeso para empezar en ella su familia, su mamá le dío para ello un pedazo del terreno de su casa en la que él ya había nacido. Está en el barrio de San Mateo, sobre un cerro y con vista directa al Teuhtli y al valle de Chalco, un paisaje precioso que mi padre siempre añoró. Era una pieza grande con tapanco y techo de teja, tenia dos ventanas al occidente, una al norte y dos puertas hacia el oriente. Una puerta daba al solar y la otra a la cocina, esta cocina era un cuartito también de piedra con techo de tejamanil y más bajo que la pieza grande, tenía una puerta hacia el norte que era por donde se entraba a la casa y una ventanita hacia el oriente. Por esta ventanita se veía el corral, el camino que iba de bajada al centro del pueblo y una cruz de cemento blanco, empotrada en un peñasco a la orilla del camino. Ignoro el motivo por el que se constuyó esa cruz, pero me imagino que en siglos pasados marcaría la salida del pueblo hacia el monte. La última vez que pasé frente a ella en 2004, ví con desmayo que el hermoso peñasco está forrado de ordinarios azulejos de baño. Mejor lo hubieran rodeado de un pradito bien cuidado, ojalá que alguien en el futuro pueda rescatarlo, sí es que aún está ahí.
Otro recuerdo temprano, fué del día en que su mamá se fué al mercado dejando en el fogón la olla con el pollo y también hechó al caldo varios huevos enteros, mi papá viendose solo y sintiendo hambre, cogió una cuchara de palo y sacó uno de los huevos de la olla, en ese momento vió por la ventanita de la cocina a su mamá que venía por el camino ya muy cerca de la casa, quiso esconder el huevo para comerselo después, pero no encontró en donde y se lo hechó debajo de la camisa, por lo que su mamá lo encontró brincando y gritando de dolor, pues el huevo le estaba quemando el pecho. La paz aún reinaba en Milpa Alta de otra manera no lo hubieran dejado solo.
Pero esa tranquilidad campirana, poco a poco se fué acabando con la llegada de más tropas zapatistas, que ya no compraban las cosas sino que las querían regaladas y después simplemente llegaban a las casa y cogían lo que querían, principalmente comida y pequeños animales. Pronto empezaron los desmanes y más tarde llegaron los Carrancistas haciendo lo mismo y buscando Zapatistas. Los dos bandos se balaceaban en las calles del pueblo. La gente vivía con miedo de los abusos y se protegía como podía. Cuando oían acercarse a los soldados, de un bando o del otro, mi abuelo escondía a su familia en una cueva que está debajo de la casa al pie del cerro, algunos arbustos que crecían a la entrada y piedras amontonadas completaban el escondite. Desde ahí oian las voces de los soldados que entraban y salían buscando que llevarse y los gritos de gallinas y marranos tratando de escabullirse, lo que casi nunca lograban. Cuando volvía la calma, todos subían a la casa con cautela a limpiar y ver que era lo que aún les quedaba. A pesar de su corta edad mi papá se acordaba con detalles de todo lo sucedido.
Al igual que los Zapatistas y sus seguidores, los campesinos de Milpa Alta hablaban Nahuatl y se vestían de camisa y calzón blancos, así que era muy dificil para los Carrancistas diferenciarlos y en caso de duda los declaraban Zapatistas y los fusilaban al momento o los colgaban del árbol más cercano. Así fué como un día alguien le dijo a mi abuelo que fuera a recoger a su hermano Felix que estaba colgado de un arbol en tal paraje. Inmediatamente mi abuelo, su hermano Guadalupe y mi papá se dirigieron al lugar y desde lejos vieron el árbol y dos cuerpos que se balanceaban lentamente. Por lo menos el tío de mi papá era pacífico campesino que había ido a raspar sus magueyes e ignoro la identidad de la otra víctima. Así fué como mi papá empezó a ver la cruel realidad de la vida a la tierna edad de 5 o 6 años.
En otra ocasión llegaron los Carrancistas a la casa de mis abuelos y dijeron que necesitaban un guía para atravesar el monte, pues iban hacia el Edo. de Morelos rastreando Zapatistas. Cogieron al hermano menor de mi abuelo, el tío Guadalupe que andaba en el corral y se lo llevaron de guía, mi abuelo le dijo a mi papá que entonces tenía como 6 años "acompaña a tu tío" con la esperanza de que viendolo con niño le perdonaran la vida, pues casi siempre mataban a los guías cuando ya no los necesitaban. Según mi papá, él iba felíz, pues se sentía muy importante ir a la cabeza de un ejército. El general iba cansado y de vez en cuando se paraban para que descansara, lo que hacía sin bajarse del caballo y los demás también descansaban en sus caballos o sentados en la orilla del camino, mi papá y su tío hacían lo mismo, en uno de esos descansos se les acercó un soldado y disimuladamente les dijo que cuando vieran la oportunidad se escaparan, pues pronto los iban a matar. Así lo hicieron en un paraje empinado y boscoso de Ostotepec, gateando se treparon por el bosque al amparo de la noche, mi papá empujado por su tío pues él quería seguir con los soldados. Caminaron por varias horas acosados por los coyotes y su tío tuvo que cargarlo para protejerlo y avanzar más rápido, frescas aún estaban en su memoria las voces de los soldados y los relinchos de caballos que se fueron perdiendo en la distancia. Al amanecer llegaron a Sn Lorenzo Tlacoyucan a la casa de un compadre de su tío y después de descansar y comer siguieron su camino a Milpa Alta cuando llegaron a su casa, familiares y vecinos estaban reunidos llorando y rezando por ellos, pues pensaban que ya los habían matado.
También recordaba la ocasión en que después de una fuerte batalla dentro del pueblo, acompañó a su papá con carretilla y palas a recoger muertos que yacían en las calles y que fueron amontonados en la plaza y quemados para evitar epidemias, los tronidos de las llamas y el olor de pelo y carne quemados lo acompañaron por el resto de sus días.
A los 8 años presenció el fusilamiento de muchos hombres de todas las edades en el muro exterior del panteón de la Parroquia de la Asunción, varios parientes se encontraban entre ellos. Después ayudó con su papá a recogerlos y darles sepultura. A los pocos meses de éste triste episodio, toda la familia así como otros parientes y vecinos abandonaron el pueblo que quedó deshabitado por cuatro años. En una de las cuevas de abajo de la casa dejaron escondidos el mueble de la máquina de coser y entre otras cosas cuatro botes con manteca, los que encontraron en buen estado después de cuatro años según decían, gracias a que les habían enterrado ocotes quemados en el centro de la manteca. Cargando sólo lo que podían llevar a cuestas, salieron caminando al anochecer con rumbo al teuhtli, mi abuelito llevaba en su ayate la cabeza de la máquina de coser, un costal de maíz, varios cuartillos de frijol, habas y herramientas de trabajo, mi abuelita llevaba una niña de brazos, varios bultos de ropa y utencilios de cocina, mi papá algunos bultos y de la mano a su hermanita que era dos o tres años menor que él. Entre los bultos escondieron algunos centavos. Al pié del cerro y escondidos entre la maleza, esperaron a que amaneciera, a lo lejos se oían las voces de los soldados carrancistas que estaban acampados en la cima del cerro, así como el ruido de los caballos. Al romper el alba sacaron varias banderas blancas y las agitaron hasta que un grupo de soldados bajó a su encuentro, cuando se sercioraron de que eran sólo pacíficos campesinos con sus familias, los escoltaron al campamento y de ahí los mandaron a Xochimilco en donde estuvieron acampados una semana en una escuela esperando que les designaran un destino final hasta que pudieran regresar a su pueblo. Mi papá y su familia pudieron seguir a la ciudad de México en donde ya residían otros parientes.